Te veo para almorzar –me dice con acento paisa desde Medellín, Catalina–. Avión privado, una hora de viaje, conductor y camioneta blindada. Cuando aterriza me llama: “¿Qué prefieres Harry’s Bar, Bandido o NN?”. Cualquiera está bien para mi –respondo–. Tomo taxi (de milagro el conductor me lleva sin poner condiciones). Y mientras tanto hablo por teléfono con Adielita, mi empleada que ese día realiza labores de aseo en el apartamento y que está preocupa: “Me demoro un poco, voy en Transmilenio”.
Que contrastes existen en la vida –pensé–. Y recordé el informe de Oxfam. Según las estadísticas, el 1 por ciento de la población mundial es considerada rica por tener mínimo 798.000 dólares en activos (unos 1.700 millones de pesos). Hay que aclarar que con el cada vez mayor precio de la vivienda en Bogotá, estamos hablando de unos dos o tres apartamentos de 120 metros de área a cinco millones el metro cuadrado.
Hagamos cuentas. La población mundial llegó a los 7.200 millones de personas. Y el Global Wealth Databook (Libro de datos sobre la riqueza global), que sirvió de insumo a Oxfam, contabiliza 35 millones de personas que tienen fortunas entre 1 y 50 millones de dólares. Además aclara que los ultraricos (con activos aún superiores) son apenas 135.000 en el planeta. Eso deja claro que en realidad los ricos ni siquiera llegan al 1 por ciento de la población que tanto se mencionan en los titulares.
Hay 70.000 millonarios colombianos, 233.000 mexicanos y 295.000 brasileños. En contraste, una de cada nueve personas en el mundo carece de alimentos suficientes para comer y más de 1.000 millones de personas sobreviven con menos de 1,25 dólares al día (3.000 pesos).
Aún tenemos un país con desafíos profundos para que la gente pueda acceder a su primera vivienda y para que señoras como mi empleada puedan garantizarle a sus hijos el acceso a educación de calidad (por no hablar de la salud).
Y me preocupan los jóvenes a los que los bancos no les prestan para adquirir su apartamento y los condenan a comprar un carro como primer activo de la vida. Son los mismos que sufren para conseguir un empleo por no tener experiencia laboral.
Recuerdo que Pepe Mujica afirmó alguna vez que “pobre no es aquel que carece sino el que tiene y cada vez quiere más”. Bajo ese precepto, resulta una noble alternativa comprender que si un ciudadano mejora sus ingresos incrementa sus gastos y genera una mayor dinámica en la economía.
Para no alargar más la historia, me encontré con Catalina. Y aunque vivió los trancones de las calles capitalinas y se demoró lo mismo que Adielita hasta su lugar de trabajo, me contó durante el almuerzo cómo le compró una vivienda a su empleada, le obsequió un carro a su conductor de toda la vida y cómo premia con bonos a los mejores colaboradores de su empresa. Una muestra de que se requiere voluntad de todas las partes para contrarrestar la creciente desigualdad y que sí es posible. Valió la pena la espera.
Por: Juan Manuel Ramírez Montero / Twitter: @Juamon /
Publicado Portafolio 02/02/2015