Prensa

Colombianos

El deplorable suceso del “usted no sabe quien soy yo”, protagonizado por el falso sobrino del expresidente César Gaviria, Nicolás Gaviria, deja varias lecciones y me da la razón en la columna que escribí hace un par de meses en Portafolio, ‘La palanca’, en la cual explico que me costó mucho trabajo aclararles a los colegas de Europa, Asia y África –en un evento en Nueva Delhi (India– qué era eso de creerse más que otros y utilizar frases como “a quién hay que llamar”.

La verdad es que hace parte del ADN de muchos ciudadanos. Es la herencia fallida del narcotráfico. Es la consecuencia de la creciente corrupción. Es la evidencia de que la educación debe profundizar en los valores y principios del concepto de lo humano. No se trata de estratos ni de poder adquisitivo, es un problema de todos los niveles sociales (si así queremos denominarlos).

“Usted no sabe quien soy yo” es la frase de los cobardes que se esconden en un puesto o un apellido para obtener logros. Es la forma menos diplomática, como le llamamos en Colombia a esa vieja practica, de ‘tener contactos’. Es la soberbia que caracteriza a algunos para no pedir el favor o ganarse los lugares con méritos.

Así lo dije en mi columna del 28 de noviembre del año pasado. Este tipo de atrasos le representan costos profundos al país. Por ejemplo, la corrupción le cuesta a Colombia el 1,6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), lo que significan unos 15 billones de pesos. Otras guarismos más oficiales señalan que, incluso, la cifra podría ascender a los 4 billones de pesos al año.

En todo caso, ese dato nos ubica en el puesto 80 de corrupción entre 183 países en los rankings internacionales, con una percepción negativa del 81 por ciento. Tanto preocupa el tema a los ciudadanos, que, en una encuesta reciente, al 51 por ciento le parece que ese es el principio de todos los problemas.

¿Qué aprendimos? Que la gente merece respeto. Tanto los ciudadanos como las autoridades. Que la educación debe ser el mayor desafío en el posconflicto, para que las nuevas generaciones entiendan que la cultura del dinero fácil y el atajo no tienen sentido. Que la corrupción se castigue con severidad.

Ayer mis amigos en India me llamaron para preguntarme: “¿o sea que la historia del ‘usted no sabe quién soy yo sí es cierta’?”. Como si fuera una característica de los colombianos. Les dejé claro que no son todos. Y que tenemos la esperanza de cambiar las cosas. Es la lección aprendida.

Se trata de la esperanza de un país que castigue a sus corruptos y en el que los gobernantes cumplan sus promesas. Y de un tejido social que no se vea obligado a llamar a un amigo para conseguir un puesto. Esa es la Colombia en la que creemos y la que está por venir. Por eso no más ‘Gavirias’, de los falsos. Bienvenidos los que hablan bien. Los optimistas. ¡Caso cerrado!

Por: Juan Manuel Ramírez Montero / Twitter: @Juamon /

Publicado Portafolio 03/09/2015